Ni Marconi inventó la radio ni Edison la luz eléctrica. Se las robaron a Nikola Tesla, el mayor inventor de todos
los tiempos. Obra suya son la corriente alterna, los motores eléctricos, las bombillas, los robots, el control
remoto, el radar, el microondas, el microscopio electrónico, la diatermia, los misiles, el acelerador de partículas ,
así hasta setecientas patentes. Pero su proyecto más ambicioso chocó con la codicia humana. Quiso
iluminar la Tierra con electricidad libre, gratuita y sin cables. Aseguraba saber cómo conseguirlo, pero no encontró
ningún magnate dispuesto a financiar un sueño que funcionaría sin contadores y no reportaría grandes
beneficios económicos. Desde ese momento, lo silenciaron. Le tacharon de loco. Y aquel que había enriquecido
a tantos acabó solo y pobre.
Había nacido en un mundo movido por el vapor y alumbrado por el gas. Él lo cambió para siempre. Lo encendió
y lo puso en marcha con el ímpetu de los electrones. Pero sigue sin aparecer en la mayoría de los libros
escolares.
¿Podemos decir que fue un santo? Murió virgen –no se le conocieron
amantes– y mártir por culpa de la mezquindad de los poderosos y
el olvido de todos. Una historia muy triste.
Va siendo hora de que Nikola Tesla ocupe en nuestro imaginario el
lugar que merece.
AUTOR
es madrileña. Fue periodista
bajo la firma de Charo
González y cuentista y
columnista bajo las de Mary
Glup y Violeta Bala. Como
dramaturga ha escrito –por
este orden– las obras
Brindis, Un suicidio es cosa
seria, Sopa de sobre, TALGO
con destino a Murcia, A quien
celebre mi muerte, Umberto,
Corazón al peso, Ventanilla de
patentes y La ocasión. Se han
estrenado en España, Egipto,
Bélgica, Estados Unidos,
Ecuador y República Checa.
También es autora de dos
novelas: El mensaje del
náufrago (Ediciones
Obelisco) y El sueño de
Jonathan Smirnoff, inédita
|