«Como la cereza está entre las flores, el guerrero está entre los hombres». Este proverbio japonés expresa de
forma poética y elocuente la concepción que históricamente se ha tenido de los guerreros en el país del Sol
Naciente. Sus soldados más emblemáticos, los samuráis, fueron el fruto de un cuidadoso cultivo de la mente y
del cuerpo, guerreros formados en técnicas de combate como la esgrima (kenjutsu), que conllevaban también
una forma de desarrollo espiritual. Más de un siglo después de que el último samurái, Takamori Saigo , muriese
abatido por las ametralladoras que el emperador había comprado a los mercaderes occidentales, estos guerreros
han sido restituidos como emblema de Japón y despiertan una enorme fascinación en Occidente.
El guerrero japonés nos ofrece el testimonio privilegiado de Francis J. Norman, un oficial británico que acudió
a Japón contratado por el Ejército imperial justo en el momento en el que los samuráis desaparecían como
realidad para convertirse en mito.
AUTOR
fue teniente y húsar del
14.º Regimiento del Imperio
británico. Vivió en Japón
durante los años que
siguieron a la caída en
desgracia de los samuráis.
Llegó al país para instruir a
los soldados del Ejército
imperial siguiendo métodos
occidentales. A pesar de su
prejuicio inicial, Norman se
vio seducido por el carácter,
las tradiciones y la disciplina
de los guerreros japoneses y
nos legó un valioso
testimonio de lo que eran
los samuráis a finales del
siglo xix.
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